jueves, 31 de diciembre de 2009

Adiós, 2009

365Termina 2009. Aún no me acostumbraba del todo a este nuevo siglo y milenio cuando ya empieza una nueva década. 2010 suena a ciencia ficción. Y en cierta forma, lo es.

Desde hace unos días, de esta otra ciudad, desde este continente a miles de kilómetros del mío, me ha bastado abrir la computadora y dar algunos clics para que, al instante, aparecieran los rostros tan queridos de mi tía, mi prima y mis sobrinos. Qué invento prodigioso éste, que me devuelve la imagen como en ingravidez de mis seres queridos

Y la vida del otro lado de la pantalla aparece con un desfase pequeño de movimiento, y grande de contexto. Afuera, allá, brilla el sol y es pleno día: aquí, grandes nubarrones cubren el frío cielo de invierno y cae la noche. Allá, el autobús puede pasar en cualquier momento; acá, el tranvía circula según horarios establecidos y uno no puede decir “me dejó el tranvía” para justificar su retraso. Allá, uno dice libremente “te quiero” a la gente que quiere; aquí, uno se retiene por temor a que lo malinterpreten o a que lo juzguen demasiado sentimental. Allá, la diferencia de clases es enorme; aquí existe, pero se nota menos; allá, pocas personas se sientan solas en un café; aquí los cafés están llenos de solitarios.

Imposible transmitirles en unos minutos, ni siquiera en una hora completa, todo lo que guardo dentro; apenas encuentro las palabras. Estoy viviendo este momento aquí y allá; Internet nos trajo el don de la ubicuidad, quién lo hubiera creído. Esta noche, volveré a ver a mi tía, para quien poder vernos por una cámara resulta aún más increíble. Es una experiencia que no podría repetir a menudo; prefiero escribir; pues una parte de mí se queda allá con ellas, en la lejanía.

Despediré 2009 con cierta nostalgia –inherente a mi naturaleza de capricornio- por cada amigo que quisiera abrazar, pero con el ánimo tranquilo y agradecido por lo que viví este año y las lecciones que aprendí.

¡Que donde quiera que la celebren, con amigos o en familia, en casa o fuera, la última noche del año les sea muy grata y los haga felices!



jueves, 24 de diciembre de 2009

¡Feliz Navidad!

noel cadeaux Desde hace un tiempo, cada Navidad trato de eliminar todo lo que me parece una carga, una obligación inútil, y concentrarme en aquello que más disfruto, en lo que me hace verdaderamente feliz.

Dom está leyendo, mientras yo escribo este post y las maravillosas voces a capella de Anonymous Four (¡Siempre Anonymous Four estos días!) llenan el departamento. Tenemos velas encendidas, la cena cocinándose en el horno y nos tenemos el uno al otro; lo que es un tesoro.

Mis deseos de Navidad para ustedes: momentos de reflexión y paz, saberse parte de un “nosotros” –familia, amigos, pareja-, saber dar y saber recibir (que no siempre es tan sencillo como parece), y que esta noche disfruten plenamente los regalos, la comida y sobre todo, la compañía de sus seres queridos.

¡Feliz Navidad!


Anonymous Four- “On Yoolis Night: medieval carols & motets"



miércoles, 23 de diciembre de 2009

Mi mes de diciembre



Mi mes de diciembre ha sido mágico; varias personas que conocimos este año se han convertido en buenos amigos. ¡Adoro ese momento sutil en que un conocido se convierte en un amigo! La otra noche, pasamos una velada muy agradable con ellos; nos sorprendieron con su espíritu festivo y sus deseos de compartir. No hubo necesidad de pasar horas en la cocina preparando el platillo perfecto; quesos, pan, ensalada, buen vino y un delicioso mousse de frambuesa resultaron magníficos. Todo el mundo estuvo contento, lo sé porque se quedaron hasta la una de la mañana, cuando aquí la gente se despide generalmente antes de medianoche.

La magia de este mes también fue nuestra visita a Estrasburgo, y despertar uno de los días de la semana pasada y ver que estaba nevando. La primera nieve del invierno siempre me pone de muy buen humor.

Otra de las cosas mágicas de diciembre fue volver a encontrar a alguien muy importante en mi vida que creía haber perdido para siempre: mi antigua maestra de español y literatura. Gracias a la instantaneidad del correo electrónico, en apenas unos días, restablecimos la comunicación interrumpida durante largos años. ¡Magia pura!

Deseo que diciembre los sorprenda todavía con pequeñas y grandes alegrías; que lleguen agradables sorpresas, que los envuelva el afecto de los seres que más quieren en el mundo.



martes, 22 de diciembre de 2009

“Glosa de Navidad” de Marguerite Yourcenar

Hace años, leí este ensayo de la gran y erudita escritora belga Marguerite Yourcenar(1903-1987). El ensayo se intitula “Glosa de Navidad” y está incluido en el libro Le temps, ce grand sculpteur (editado en español bajo el título de “El tiempo, gran escultor”). Su lectura me conmovió mucho y me brindó explicaciones sobre la Navidad que ignoraba entonces. Como Yourcenar, no profeso ninguna religión; sin embargo, sí soy entusiasta de la Navidad, esa “fiesta de la comunidad humana”, como la define la autora, “la fiesta de la misma Tierra, que en su marcha rebasa esos momentos el punto del solsticio de invierno y nos arrastra a todos hacia la primavera”.

Glosa de Navidad - Marguerite Yourcenar

La época de las Navidades comercializadas ha llegado ya. Para casi todo el mundo –dejando aparte a los miserables, lo que nos da muchas excepciones- es un alto para el descanso, cálido e iluminado, en el período grisáceo del invierno. Para la mayoría de los que hoy celebran estos días, la gran fiesta cristiana se limita a dos ritos: comprar de manera más o menos compulsiva unos objetos útiles o no, y atracarse o atracar a las personas de su círculo más íntimo, en una inextricable mezcla de sentimientos donde entran a partes iguales el deseo de complacer, la ostentación y la necesidad de darse uno también un poco de buena vida. Y no olvidemos a los abetos siempre verdes cortados en el bosque –símbolos muy antiguos de la perennidad vegetal y que acaban por morir al calor de las calefacciones- ni a los teleféricos que sueltan a sus esquiadores sobre la nieve inviolada.

Yo no soy católica (salvo por nacimiento y tradición), ni protestante (salvo por algunas lecturas y por la influencia de algunos grandes ejemplos), ni siquiera cristiana en el sentido pleno del término, pero todo me lleva a celebrar esta fiesta tan rica en significaciones y también su cortejo de fiestas menores como el día de san Nicolás y la santa Lucía nórdicas, la Candelaria y la Fiesta de los Reyes Magos. Pero limitémonos a hablar de la Navidad, esa fiesta que es de todos. Lo que se celebra es un nacimiento, y un nacimiento como debieran ser todos, el de un niño esperado con amor y respeto, que lleva en su persona la esperanza del mundo. Se trata de gente pobre: una antigua balada francesa nos describe a María y a José buscando tímidamente por toda Belén una posada al alcance de su bolsillo, sin que nadie acepte alojarlos, ya que los posaderos prefieren a unos clientes más brillantes y más ricos, siendo finalmente insultados por uno de los que “aborrecen a los pobretones”. Es la fiesta de los hombres de buena voluntad –como decía una fórmula que no siempre encontramos ahora, desgraciadamente, en las versiones modernas de los Evangelios-, desde la sirvienta sordomuda de los cuentos de la Edad Media, que ayudó a María en el parto hasta José que calentó ante una escasa lumbre los pañales del recién nacido, y hasta los pastores embadurnados de grasa de oveja y a quienes Dios juzgó dignos de ser visitados por los ángeles. Es la fiesta de una raza a menudo a menudo despreciada y perseguida, puesto que el Recién Nacido del gran mito cristiano aparece en la tierra como un niño judío (empleo la palabra mito con respeto, como la emplean los etnólogos de nuestro tiempo, y como algo que significa las grandes verdades que nos superan y a las que necesitamos para vivir).

Es la fiesta de los animales que participan en el misterio sagrado de esa noche, maravilloso símbolo cuya importancia comprendieron algunos santos y sobre todo san Francisco, pero en el que han descuidado y descuidan inspirarse muchos cristianos corrientes. Es la fiesta de la comunidad humana, ya que es, o será dentro de unos días, la de los Tres Reyes cuya leyenda nos cuenta que uno de ellos era negro, alegorizando así todas las razas de la tierra que llevan al niño la variedad de sus dones. […] Es finalmente, la fiesta de la misma Tierra, que en su marcha rebasa esos momentos el punto del solsticio de invierno y nos arrastra a todos hacia la primavera. Y por esta razón, antes de que la Iglesia fijara esa fecha para el nacimiento de Cristo, era ya, en épocas remotas, la fiesta del Sol.

Parece que no es malo recordar esas cosas, que todo el mundo sabe y que tantos de nosotros olvidan.

1976.


Marguerite Yourcenar. Glosa de Navidad, en El Tiempo, gran escultor. Alfaguara Buenos Aires 1990, pg. 141


lunes, 21 de diciembre de 2009

El día más corto del año

21 decHoy, 21 de diciembre es el día más corto del año en el hemisferio norte. Hoy hace su entrada el invierno. Es el momento en el que el Sol alcanza su posición más boreal con respecto a la Tierra. En Europa, desde tiempos prerromanos, los celtas celebraban el solsticio de invierno con hogueras que simbolizaban el regreso del Sol -paradójica celebración de la luz en la más profunda obscuridad- y festejaban que los días se hicieran más largos a partir del día 21.

Aún nos quedan varios meses en que los días serán muy cortos. Como amanece después de las ocho y anochece antes de las cinco, hay sólo unas cuantas horas de luz al día; el resto del tiempo vivimos en la obscuridad. Por esta razón, la gente aquí enciende muchas velas y adorna las ventanas con lucecitas para alumbrar las largas tardes de invierno, como siguiendo un instinto ancestral de buscar la luz. En invierno, por el frío y porque anochece tan pronto, pasamos mucho tiempo dentro de casa. Nos invitamos entre amigos o vecinos a tomar un vinito y buscamos la cercanía de otros seres humanos. Afuera está nevando y sopla un viento gélido y yo estoy en casa, calientita y a salvo de las inclemencias del tiempo. Siento una alegría profunda y me siento afortunada de estar aquí, de tener un techo, una cama mullida, buena lectura, y sobre todo, personas maravillosas que iluminan mi existencia



viernes, 18 de diciembre de 2009

"Ailleuristes"

1551415735.img El departamento está en silencio. Diviso un sol pálido, abro un poco la ventana y vuelvo a cerrarla enseguida. Ya está haciendo ese frío intenso al que los que crecimos en climas más templados llegamos difícilmente a acostumbrarnos. Todavía, después de todos estos años, algunas mañanas aun me sorprende el hecho de encontrarme aquí.
La idea de vivir en otro país siempre me atrajo mucho. Siempre he sido lo que en francés puede llamarse, ailleuriste, alguien que sueña con otro lugar, con otras costumbres, con otros climas, con otra geografía. Tal vez sea un rasgo de mi personalidad, o tal vez influencia de mi madre, que también era una ailleuriste. Crecí escuchando canciones francesas de Piaf, de Brel, de Montand o de Aznavour en el tocadiscos portátil de mamá, un aparato en forma de pequeña maleta que podía llevarse a todas partes y que nos proporciono horas enteras de deleite musical. Me parece que la veo a ella en el sofá de la sala, con una pila de discos. Muchos de ellos llegaban de otros países, pues mamá era miembro de un club de amigos por correspondencia (en una época en la que no existía Internet, qué difícil parece imaginarlo ahora). ¡Aun hoy me parece sentir la emoción de ver llegar las cartas en sobres azules con timbres multicolores en otros idiomas que venían de tan lejos!
Aún nos recuerdo abriendo las cartas, mirando las postales: Paris, Ámsterdam, Canberra, Nueva York, Ginebra. Aún nos recuerdo. A ella le gustaba tanto explicarme todo, enseñarme dónde quedaban esos lugares en el globo terráqueo. Y yo me iba a dormir y soñaba con ciudades lejanas a las que viajábamos mamá y yo, las dos. Imaginaba los magníficos museos, nos veía recorriendo calles, entrando a acogedores cafés. Imaginaba el frío, la gente con abrigos. A los diez años, ya sentía esa nostalgia que no me ha abandonado.

Ahora, al ponerme el abrigo y salir la calle, pienso en ella y en lo mucho que le hubiera gustado vivir aquí. Pienso en ella. Sonrío.


miércoles, 16 de diciembre de 2009

Estrasburgo, ciudad de Navidad



DSC00105DSC00131 Como casi todos los años desde que vivo en Suiza, fuimos a pasar un fin de semana a Estrasburgo. De todas nuestras tradiciones de diciembre, ésta es sin duda la que más disfrutamos Dom y yo. Estrasburgo –y en general, la región de Alsacia- es famosa por tener el mercado de Navidad más antiguo de Europa (existe desde 1570) y por haber inventado muchas de las tradiciones de Navidad que pasaron de éste a otros continentes.

Así pues, fuimos a visitar a Jean-Marie, gran amigo de infancia de Dom, a Jill, su esposa, que es escocesa y de quien desde un principio me sentí muy cercana; y a Mary y Helène, sus dos hijas. La primera vez que fuimos eran aún niñas y ahora son ya todas unas jovencitas. Los cuatro son personas adorables; su departamento es muy acogedor y está lleno de libros y de velas. Pasamos en su casa tres días en los que cocinamos, conversamos largamente y nos pusimos al día sobre nuestras vidas. Visitamos con ellos el centro de la cuidad, que es muy antiguo y que alguna vez fue alemán. Estrasburgo es un cruce de caminos y punto intermedio de esa inmensa vía fluvial que es el Rin. Los canales de Estrasburgo hacen pensar en los de Ámsterdam o en los de Venecia. En diciembre, la ciudad está de fiesta y las antiguas fachadas de entramados se iluminan y resplandecen, dando a las calles un especto mágico. Estrasburgo huele a pan de especias y a galletas de gengibre. En el mercado de Navidad se vende artesanía de madera, de vidrio, textiles, muchas velas; en fin, todo un mundo de objetos tradicionales de Navidad. La mirada no se cansa de ver los escaparates repletos de chocolates, apetitosos gugelhopf, quesos y panes diversos.


Para nosotros, sin embargo, lo mejor de estas visitas anuales no es ni la ciudad ni las ricas decoraciones de Navidad, sino la compañía de nuestros amigos. Jean-Marie, Jill y sus dos hijas, que hablan en francés con papá y en inglés con mamá, saben crear y compartir generosamente el espíritu de la temporada. Jean-Marie y Dom celebran sus cumpleaños con pocos días de diferencia. Los celebramos en un restaurante típico. El domingo en la tarde, después de recorrer el mercado, empezó a nevar y regresamos a casa; tomamos té y encendimos la tercera vela de la corona de adviento. Un poco más tarde, comimos ostras y brindamos con champaña por momentos como éstos, que hacen que uno se regocije de estar vivo.




domingo, 6 de diciembre de 2009

La tradición de San Nicolás

Hoy, 6 de diciembre, varios países de Europa central y del Norte celebran la llegada de San Nicolás. 

En algunas ciudades, San Nicolás desfila por la calle acompañado del “Père Fouettard”, su ayudante, un personaje oscuro, contraparte de Nicolás, que pregunta a los niños cómo se han portado durante el año. Se trata de una tradición muy antigua, que se remonta a la Edad Media(1). Al cabo de los siglos, San Nicolás se transformaría poco a poco en el “Sinterklaas” holandés el “Père Noel” francés, el “Father Christmas” británico de la época victoriana, hasta llegar al Santa Claus estadounidense del siglo XX.
Típicos de este día, son unos muñecos de pan muy sabrosos que se conocen con diferentes nombres según el país. En Suiza se llaman grittibänz. Hoy en la mañana, desayunamos dos grittibänz cada uno; estaban buenísimos. Comiéndome estos hombrecitos de pan, empecé a sentirme llena de anticipación por Navidad, por los reconfortantes días de diciembre en los que haré solo lo que tenga ganas de hacer (sin dejarme contagiar en lo posible por el estrés que también implica esta temporada) y recargaré energías para el nuevo año.




(1) Encyclopaedia Universalis, 2007.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Tarjetas de Navidad

tarjetas de navidad Algo que disfrutamos mucho Dom y yo es escribir felicitaciones de Navidad o de fin de año a nuestra familia y amigos más cercanos. Es otro de nuestros rituales de diciembre que nos hace sentirnos cerca de las personas que más queremos; como si un poquito de nosotros viajara con ellos. Una tarde a fines de noviembre, hago una visita a mi papelería preferida para escoger entre las tarjetas recién llegadas, las que mandaremos este año. La elección es difícil entre tantos modelos y paso un largo rato eligiendo. Los primeros días de diciembre, nos ponemos a escribir. Preparo té y pongo música acorde con nuestro ánimo, entre festivo y nostálgico -uno de nuestros grandes favoritos en esta temporada es Anomymous Four-.

Cuando era pequeña, mamá y yo también solíamos dedicar una tarde a escribir nuestras tarjetas de Navidad. Ella a los amigos que tenía por todo el mundo; yo, a mis mejores amigas de la escuela. Estos días de diciembre me traen recuerdos felices que se mantienen intactos a través de los años.

En este mundo de comunicación inmaterial, que alegría da recibir sobres y mensajes con letra manuscrita. Como en aquella época que parece tan lejana, pero que apenas ayer terminó.




martes, 1 de diciembre de 2009

¡Llegó diciembre!

                                                              Imagen: © luceluceluce - Fotolia.com
Llevo esperándolo once meses y hoy por fin al despertar, era el primer día de mi mes preferido. Después del café matinal, Dom y yo, impacientes como niños, abrimos la ventanita número uno del calendario de adviento; pequeña rutina que repetiremos cada mañana hasta el día 24. Diciembre acostumbra traernos pequeñas y grandes alegrías como los momentos que le robamos a las actividades cotidianas para dar un paseo o ir de librerías, o la visita de algún buen amigo, como la de Ariadna, el año pasado. La de ayer fue una de esas tardes robadas a la vida diaria; fuimos juntos por el calendario de adviento de este año (tardíamente, pues la gente aquí los compra desde mediados de noviembre para tenerlos listos el primero de diciembre), y luego pasamos un largo rato viendo libros y escuchando CD en una librería del centro de la ciudad como hace mucho que no hacíamos.
En su libro Simple Abundance, la escritora estadounidense Sarah Ban Breathnach escribe a propósito de este mes:
Los regalos de diciembre no nos llegan envueltos en papel de seda y cintas, sino en recuerdos queridos”.
Par mí, diciembre está lleno de recuerdos de infancia, de momentos felices y de las personas que más he querido y quiero en el mundo.


lunes, 30 de noviembre de 2009

El primer fondue de la temporada

Señal inequívoca de que llegó el frío es que empieza a antojársenos un buen fondue (tendría que decir, una buena fondue, pues en francés esta palabra es femenina). Quien piensa en Suiza, piensa en queso. Así es. Este plato típico de la región montañosa de Gruyères (aunque la región francesa de Saboya también reclama haberlo inventado) se hace con una mezcla de quesos que antiguamente preparaba el quesero y que hoy en día es fácil de encontrar en los supermercados, aunque el mejor siga siendo el que se compra fresco en una quesería “artesanal”. El fondue más popular aquí, llamado moitié-moitié (mitad y mitad) es el que se hace con gruyère y vacherin, que dan al fondue su característica consistencia cremosa. El fondue es una comida completa aquí.; se prepara en un tipo de cazuela de hierro fundido llamada caquelon. En la mesa, para servir, se dispone una gran canasta con el pan cortado en cubos, que cada comensal se sirve en su plato, ensarta en su tenedor y lo sumerge en el caquelon lleno de fondue. En nuestros climas más templados, como el de México, resulta difícil concebir una comida completa a base de queso y pan; sin embargo aquí, pocas cosas hay tan reconfortantes como un fondue después de pasar un rato en el frío exterior. Tradicionalmente el fondue es un plato convival que se toma entre amigos y se acompaña con vino blanco (los hay muy buenos en Suiza, como el chasselas o el fendant) o con té. En casa, durante el invierno, siempre hay un buen pretexto para preparar fondue, y es que a Dom le queda muy bueno. El primer fondue de la temporada se come entre amigos y uno lo espera durante todo el año... el primero de la temporada, que comimos hace unos días, hizo que la espera valiera la pena.






sábado, 21 de noviembre de 2009

Champignons, chanterelles, morilles

chanterelles
Entre las costumbres típicas de esta temporada, algo muy generalizado es preparar platos a base de hongos. En francés, la palabra champignon es genérica para los hongos; sin embargo, dentro de los champignons, existen diversas variedades que se diferencian entre sí por su forma y sabor más o menos pronunciado. Nuestras dos variedades favoritas en casa son las chanterelles, un tipo de seta amarilla en forma de sombrilla, muy carnosa y de sabor delicado (foto superior), con la que se hace un omelette de sueño. Hace unos días, Dom preparó uno con abundantes chanterelles, cebolla y hierbas de olor: cuando llegué a casa y abrí la puerta, de la cocina emanaba un olor maravilloso. Acompañamos el omelette con una copa de vino tinto y una rebanada de pan negro. ¡Suculento! Otro tipo muy popular son las morilles, unos hongos de cabeza alargada y en forma de capuchón (foto inferior) con las que se preparan salsas o sopa y que también pueden agregarse al fondue, el plato suizo más típico. Y, cómo no, cuando comemos hongos no puedo dejar de pensar en las quesadillas de huitlacoche que comíamos en el Desiero de los Leones. Eran una verdadera delicia y solo de recordarlas, se me hace agua la boca… Bon appétit!
morille 1



miércoles, 18 de noviembre de 2009

Alegrías de noviembre


Acabamos de pasar un delicioso fin de semana de tres días con Liz, una amiga muy querida que vino a visitarnos. Ella es mexicana y ahora está viviendo en París, a solo tres horas y media en tren de Ginebra. Cada uno de nuestros reencuentros es como una fiesta. Lo esperamos con impaciencia y saboreamos cada momento que pasamos juntos. Liz, Dom y yo repetimos las actividades que tanto disfrutamos: caminar en el parque, maravillándonos con los colores del otoño; cocinar juntos en casa, abrir una buena botella; pasear por el vecindario viendo escaparates; pasar horas hablando en torno a una humeante tetera y a varias tabletas de chocolate; contarnos nuestros planes; escuchar música; comentar los útimos libros que hemos leído… en fin, que disfrutamos mucho estos tres días. Cuando se vive lejos del lugar donde se ha crecido, a veces se siente una gran nostalgia de los amigos de toda la vida -por fortuna, también hay nuevos amigos que se van volviendo parte de nuestra vida cotidiana en el nuevo país-. Un viejo amigo siempre trae consigo todo lo que con él o ella compartimos; recuerdos de días pasados en otros lugares. Un viejo amigo percibe cómo hemos cambiado y nos hace recordar algo que casi creíamos olvidado: que fuimos otros pero que, gracias a la experiencia, ahora somos una versión mejorada de aquellos. El reencuentro con un viejo amigo vuelve a encender en el alma luces que creíamos que se habían apagado, pero que siguen brillando en nosotros.



Imagen: Hearts- G. Bustamante

lunes, 9 de noviembre de 2009

Der Himmel über Berlin, de Wim Wenders

Traducida al español como “Las alas del deseo”, esta película tardó un par de años en llegar a México desde su estreno en Alemania en 1987. Recuerdo que la vi en 1990, en la Biblioteca México, que estaba a unas cuadras de donde yo vivía por aquel entonces, en la cénrtrica colonia Juárez de la ciudad de México. La copia estaba gastada y tenía subtítulos en inglés, lo que no interfirió para nada en el deleite de los espectadores, pues en cuanto se apagaron las luces, empezó la magia. Considero Der Himmel über Berlin (El cielo sobre Berlín, literalmente) como la obra maestra de Wim Wenders. Las imágenes (la mayor parte de la película es en blanco y negro, hacia el final llega el color), aunadas a una banda sonora atmosférica de gran fuerza, y sobre todo, a un guión realizado en conjunto por Wenders y el escritor austriaco Peter Handke, resultan en una cinta de gran belleza visual y de resonancias universales. Esta escena fue una de las que más me marcó entonces y al volver a verla, me sorprendí porque después de tanto tiempo recordaba nítidamente todo; imágenes y palabras. La historia de los dos ángeles que deambulan por Berlín, escuchando a su paso los monólogos interiores de los habitantes de la urbe como testigos impotentes de sus cavilaciones, tiene como trasfondo el Berlín inmediatamente anterior a la caída del Muro, de la que hoy se conmemoran exactamente 20 años. Una buena razón para volver a ver –o para descubrir- el gran cine de Wim Wenders.

domingo, 8 de noviembre de 2009

A mi generación, que tenía 20 años cuando cayó el Muro de Berlín

Escribo estas líneas a un día de que se conmemore, el 9 de noviembre, el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín que, junto con las protestas de la plaza de Tian'anmen, marcaron el año de 1989 y los últimos años del siglo XX.
 
El año de 1989 estará siempre ligado a mi historia personal, pues unos meses atrás mi propia vida se había visto revolucionada, como lo estaba el mundo. Fue una época intensa, con Perestroika como telón de fondo. Cada día pasaba algo. Los tiempos estaban cambiando, como había cantado Dylan años atrás. En 1989, el mundo que conocíamos empezó a transformarse.
Escribo esto para la gente de mi generación (1), que aprendió en la escuela que había dos Alemanias, y que en 1989 le parecía increible lo que acontecía en Berlín. También para contar a lectores más jóvenes (la generación del milenio) cómo nos sentíamos y cómo veíamos el mundo en aquellos años los que habíamos nacido a fines de los años 60 o a principios de los 70.

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Teníamos 20 años cuando vimos caer el Muro de Berlín. Leímos sobre los movimientos milenaristas de año 999 y nos identificamos con aquella gente, pues también a nosotros nos vaticinaron el fin de la Historia y el fin de las ideologías. Temíamos encaminarnos al vacío, aunque también, por momentos, la paz mundial de pronto parecía posible, ya que la Guerra Fría había terminado. Por esa época, Wim Wenders se convirtió para muchos en nuestro “gurú” cinematográfico (2).
Éramos los hermanos menores de los baby-boomers, que en los años 70 habían soñado con cambiar el mundo. El mundo había cambiado gracias a ellos, pero su filosofía parecía no encajar con los nuevos tiempos. Mi generación no podía evitar sentir cierta nostalgia por una época que no había vivido, aunque también sentía anticipación por los cambios que se anunciaban. Mi generación estaba ávida de modernidad. Nos sentíamos fascinados por poder presenciar el fin de un siglo y el inicio de uno nuevo. Sin embargo, pronto nos volvimos una generación entre dos siglos, entre dos milenios, entre dos mundos.
En los últimos años del siglo XX nuestra vida adulta empezaba; no habíamos sido testigos directos de ninguna revolución social ni ideológica, pero estábamos presenciando la formidable revolución tecnológica que era la computadora personal. Había que apresurarse a desentrañar las claves de los nuevos tiempos. Sí, el nuevo siglo traía cosas sorprendentes, que hubieran sido impensables unos cuantos años atrás; milagros tecnológicos que daban la impresión de que todo el saber humano de los últimos 30 000 años había alcanzado una nueva cúspide, como la había alcanzado al inventar la escritura, al crear la democracia, al considerar al ser humano – y no la religión- como el centro de las preocupaciones humanas.
Las promesas del futuro duraron poco: con el nuevo milenio también surgieron los nuevos individualismos, la ruptura social, el abandono de las de utopías, así como el utilitarismo de un nuevo orden mundial que no habíamos imaginado. Los tiempos volvían a cambiar.
Ahora, adultos ya desde hace mucho tiempo, 1989 casi nos parece historia remota por todo lo que hemos vivido y aprendido desde entonces y por lo mucho que ha cambiado el mundo. Siempre me pareció extraordinario escuchar a gente mayor que yo contar eventos sucedidos antes de mi nacimiento. Y como el tiempo no se detiene, hace 20 años estábamos en 1989 y 2009 nos parecía una fecha inimaginable.
¡Con qué rapidez envejece el futuro!
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(1) Al hablar de mi generación, hago alusión a la llamada Generación X, referida a aquellos nacidos en el periodo entre fines de los años 60 y la década de los 70.También se ha definido como las personas que fueron adolescentes en los 80.

Baby-boomers, nacidos en los años 50, tras la Segunda Guerra Mundial.
 
(2) En su excelente película Until The end Of the World (Hasta el fin del mundo), que filmó en 1991 y cuya historia se desarrolla en 1999, Wenders tenía la mirada ya puesta en el mundo de tecnología y contradicciones que estaba por venir. Pidió a los artistas que colaboraron en la banda sonora de la película, que imaginasen la música que se escucharía en un futuro cercano.

martes, 27 de octubre de 2009

Por fin, el otoño



Tardó en llegar este año –la temperatura fue estival hasta hace unas semanas-, pero desde hace unos días, ya no se puede salir a la calle sin ponerse algo abrigador. Por fin se siente en el rostro ese viento que para mí ya es frío y que en Ginebra, se considera “fresco” (como casi todo, es según el cristal con que se mire). Sobre todo, por fin las hojas de los árboles se han vuelto anaranjadas, amarillas, rojas, como si se encendieran antes de desprenderse y caer. Desde que vivo en esta parte del globo me siento fascinada por las estaciones, que cambian y marcan el paso del tiempo. Una se siente parte de ese mismo cambio, imperceptible y cotidiano. El otoño me produce una alegría inexplicable, como la que sentimos cuando niños ante algo maravilloso que experimentamos por primera vez.

En otoño, el ángulo de la luz cambia y en ciertos momentos del día, una luz dorada como miel baña la ciudad, como en aquel famoso verso de Leonard Cohen: "y el sol se derrama como miel sobre nuestra señora del puerto...". Mis días de otoño preferidos son los de cielo azul, viento frío y sol a raudales, que sin embargo, casi no calienta. En días así, como hoy, qué agradable es salir de casa y recibir la primera bocanada de aire vigorizante, caminar haciendo crujir las hojas secas. Mientras camino y percibo esos colores tan vivos, me llena una sensación de posibilidad, como si algo se revelara por primera vez; todo es posible porque el mundo se renueva y nunca es el mismo, pienso, y me dejo invadir por el optimismo. Me parece increíble cómo el buen tiempo puede ponernos en un estado de ánimo tan receptivo.

Desde hace un par de años trato de registrar en la memoria y por escrito los pequeños detalles de cada estación. El otoño ha vuelto y con él, las actividades de la temporada, como caminar en los parques y recoger hojas secas, cocinar diferentes tipos champiñones o visitar viñedos de la región para compar algunas botellas de vino (sobre esto hablaré más extensamente en próximas entregas).

Tengo que salir; en camino, me detendré a dibujar y a tomar algunas fotos.

sábado, 17 de octubre de 2009

Viernes 23:59


Lo terrible no es que estos días las traducciones por entregar (tanto las remuneradas como aquellas para mis diferentes cursos del MA) y otras tareas de la vida diaria sean tantas que ocupen todo mi tiempo. Ni que las semanas parezcan sucederse con tal rapidez que se vayan en ciclos de “es lunes; llegó el viernes" que apenas veo pasar. Lo frustrante es que al cumplir con exigencias profesionales y académicas (que me gustan, no crea el lector lo contrario), descuido este espacio de escritura que me he prometido mantener al día y que disfruto enormemente. No he escrito ni acerca de una de las novelas que más me han gustado últimamente (What I loved, de Siri Hustvedt), ni sobre el excelente CD de un artista francés que recién descubrí; Allain Leprest. No he escrito tampoco que el otoño llegó, por fin, con cielo azul, luz ámbar y viento frío. Ya lo haré más tarde, me digo. Los días pasan, inexorables, llevándonos con ellos. Esta noche hago una pausa; robo unos momentos al sueño para teclear estas cuantas lineas mientras escucho Nu, de Leprest (que por momentos me recuerda a Tom Waites). El apartamento está en calma; Dom duerme; todo es silencio… y ya es sábado.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Entre amigos

Una de las cosas que más disfruto es recibir amigos en casa. Nunca he sido adepta de fiestas ni de baile; lo que desde siempre he apreciado es la compañía de un pequeño grupo de amigos cercanos con quienes hablar, deshacer y rehacer el mundo, compartir sueños, impresiones de libros, puntos de vista. 

                                                                                        Imagen: © Monkey Business/Fotolia.com

A mi departamentito de General Prim (en el corazón de la ciudad de México) en el que viví tantos años, y más tarde, al de la Roma y al de la Condesa, a menudo venían mis amigos. Pasamos veladas inolvidables conversando y escuchando música; lo que teníamos que decirnos no parecía agotarse nunca. Así se forjaron los lazos tan duraderos que siguen uniéndonos.
Y qué mejor si este intercambio se hace en torno a una tetera de aromático té, a un buen vinito o, incluso, una buena comida. Comparto la opinión del escritor marroquí Tahar Ben Jelloun, que en su libro Elogio de la amistad escribe: “Nada hay más placentero que una reunión de amigos alrededor de una buena mesa; es la miel de la vida”. ¡Me parece tan cierto! Fue en Quebec donde aprendí que las verdaderas amistades se hacen en la cocina; cocinando entre charla y charla y abriendo la mejor botella de vino antes de pasar a la mesa. Esas veladas en la cocina me hicieron descubrir que los lugares en donde nos sentimos a gusto se prestan mejor a la intimidad y al descubrimiento de otros seres humanos. 

Ahora todo es distinto; vivo en otro continente y los amigos de mis veintitantos años ya no están a unas cuadras o estaciones de metro de distancia. Ahora, en la ciudad multicultural que es Ginebra, trato que encontrar terreno en común con cada nueva persona que conozco. Las relaciones aquí me parecen más discretas −¿serán así realmente o será que yo he cambiado y que mi disposición ya no es la misma de antes?− esta cuestión me ronda por la cabeza últimamente−. Aquí los códigos son otros, la contraseña de acceso es distinta. Una cierta timidez mezclada con cortesía domina las relaciones por mucho tiempo, hasta que un día, alguien lo mira a uno con complicidad o le hace una confidencia. Dom y yo tenemos un pequeño círculo de amigos con quienes compartimos un poco de nosotros. Nos gustaría ampliarlo, pero como mencioné, tengo la impresión de que hacer amigos era más fácil a los 25 años que a los 40. Además de por la discreción, la vida social se ve limitada por el espacio (en general, los departamentos son bastante pequeños) y porque después de las 10 P.M no es posible hacer ruido en consideración a los vecinos (que apruebo totalmente y me parece de gran civilidad), un factor que también influye en la duración y en la moderación de los encuentros.

Me gusta que mis amigos se sientan en casa chez moi. Sin mayores formalidades ni preparativos, solo el gusto de encontrase juntos, de disfrutar el momento y la cercania.


miércoles, 16 de septiembre de 2009

Discotecas municipales


Algo de lo que que más agradablemente me sorprendió cuando llegué a vivir a Suiza fue el sistema de discotecas municipales con el que cuenta cada ciudad del país. El concepto de discoteca pública me era desconocido y me pareció muy novedoso, aunque en Suiza no es nada reciente y data de 1979 (este verano festejó sus 30 años). La discoteca posee un acervo impresionante de CD y DVD de todos los géneros musicales: clásica, en todas sus variantes y periodos, música pop, folk, chanson en francés, rock, jazz, electrónica, soundtracks de películas, música para niños y world music de prácticamente todos los países. Uno puede encontrar aquí CD de artistas irlandeses, turcos, portugueses, inuits, japoneses, latinoamericanos o de artistas suizos poco conocidos. Y desde música tradicional hasta la más contemporánea. Los “discotecarios” son apasionados conocedores de corrientes y géneros musicales que amablemente orientan a los usuarios y los ayudan en sus búsquedas. Son también los responsables de mantener al día la colección y de agregar al catálogo las novedades de calidad que se editan regularmente. Se pueden tomar prestados hasta 20 CD cada vez y el préstamo es por cinco semanas. Cada vez que voy encuentro algún tesoro…y si vuelvo la semana siguiente no hallaré los mismos discos, pues los discos que están a la vista -que como menciono, son muchos- apenas representan un 10% del total de la colección (el 90% restante está prestado).
Pese a que la irrupción de las nuevas tecnologías que -como el mp3- han provocado la desmaterialización de la música y han cambiado la forma de escucharla, la gente aún acude a la discoteca a buscar una ópera para familiarizarse con ella antes de ir a verla, comparar varias versiones de alguna obra o, sencillamente, descubrir nuevos géneros.
Me gusta ir a la discoteca las tardes lluviosas o frías. Hoy estuvo nublado todo el día -el tiempo idóneo-, así que después de clases me dirigí a mi discoteca local (que está a medio camino entre la universidad y mi casa) y me pasé una hora de lo más a gusto viendo las novedades y luego, instalada en un cómodo sillón escuchando los CD que me habían atraído para decidir cuáles llevarme. En la discoteca hay cinco puntos de escucha, cada uno con un lector de CD, audífonos y un sillón en el que cada quien se sumerge en su propio universo musical. También se puede echar un vistazo a las varias revistas especializadas que llegan cada mes.
Mi selección de CD hoy fue:
After the Gold Rush – Neil Young
Unplugged – Neil Young
Negotiations and Lovesongs – Paul Simon
Duper Sessions–Sondre Lerche
Greatest Hits – Smashing Pumpkins
Twelve – Patti Smith
Escribo este post escuchando a Morrissey y he repetido "Hold on to your friends" tres veces ya...
-->¡Larga vida a las discotecas municipales! 





martes, 8 de septiembre de 2009

La "rentrée"


En los países de habla francesa, la rentrée es el momento en el que las actividades normales, económicas y académicas, retoman su curso tras la larga pausa estival.
No se trata únicamente del regreso a clases. El concepto tiene un significado cultural considerable; es un periodo que anuncia que terminaron las vacaciones y que empieza el año académico y es, en lo profesional, el periodo de trabajo más intenso.

La rentrée coincide con el inicio del otoño. Cada rentrée, las tiendas sacan nuevos catálogos; los autores publican sus obras más recientes; las librerías se llenan de novedades literarias (esto se conoce como rentrée littéraire) y la gente hace provisión de lectura para las largas tardes de otoño y de invierno, cuando los días serán más cortos y el frío invitará a quedarse en casa con un buen libro.
La rentrée se extiende hasta octubre. En Francia, en los primeros días de noviembre, se galardona cada año al ganador del prestigioso premio Goncourt de literatura.

Con la rentrée de septiembre, a menudo tengo la curiosa sensación de que otro año comienza a mitad del año. Respecto a esto, la escritora estadounidense Sarah Ban Breathnach sugiere en su libro Simple Abundance (publicado en español como El encanto de la vida simple) hacer propósitos personales en septiembre. “La belleza de los propósitos otoñales” -dice la autora- “reside en que nadie más conoce su existencia. Son propósitos sobre las necesidades auténticas que versan sobre lo que quisiéramos aumentar o disminuir en nuestra existencia para amar la vida que llevamos”.
Así, me preparo ya para la rentrée 2009, que en mi caso será dentro de pocos días, cuando empiezo el último año del Máster en Traducción. La de Dom fue la semana pasada, cuando volvió a ver a sus alumnos. Una nueva rentrée es una nueva oportunidad para retomar viejos proyectos o para inventarnos otros

sábado, 29 de agosto de 2009

El verano casi se ha ido



Finales de agosto. Aunque oficialmente aún falten tres semanas para que termine, el verano casi se ha ido. Sin embargo, agosto todavía nos obsequia días espléndidos, como el de hoy. Un día luminoso, con cielo azul, despejado y un ligero viento que hace que los 25 °C que tenemos de temperatura no nos agobien. Días así, en Ginebra, son ideales para poner un tentempié en la mochila, tomar un libro o el periódico e ir a pasar la tarde al parque más cercano. Sola o con Dom, improvisar un picnic en el parque −con lectura y vinito− es una de mis -y nuestras- actividades estivales preferidas. Esta tarde, por ejemplo, ha sido perfecta. El verano en estas latitudes tiene el encanto y la ligereza de las cosas transitorias. En julio y agosto, la gente está más descansada, más disponible. Se vive fuera y abundan las actividades al aire libre; un perfume de vacaciones flota en el ambiente. 

Hacia finales de agosto, esto va cambiando poco a poco. Los niños y jóvenes se preparan para volver a clases, los viajeros regresan a casa y retoman la rutina, se ven menos turistas en la ciudad, las heladerías dejan de estar abarrotadas y ya no anochece a las 10 p.m. El final de agosto nos recuerda que aunque el verano aún sigue aquí, hay que exprimirlo para sacarle las últimas gotas, pues estos días radiantes que tanto disfrutamos no volverán hasta dentro de un año. Estos últimos días de agosto nos instan a saborear cada momento que ya le estamos robando al otoño.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Librerías de segunda mano


Me es imposible pasar frente a una librería sin entrar en ella; sin pasar por lo menos un rato hojeando libros y comprar alguno. Aunque disfruto las grandes librerías con sus vastas estanterías, libros bien organizados en diferentes secciones y cómodos sillones en los que una puede pasar horas leyendo, prefiero las librerías de segunda mano o las librerías más pequeñas. Las librerías de segunda mano, o “de viejo” como las llamamos en México, poseen un encanto especial para mí, las veo como valientes resistentes de una época que pronto será memoria, como lugar de encuentros fortuitos y afortunados entre lectores y libros, como cavernas de Alí Ba-ba repletas de objetos preciosos. En Ginebra hay varias y en sus estantes he hallado tesoros: libros que había buscado por años y que una tarde, de pronto, al fin, como por azar, he encontrado. Un libro usado aquí cuesta una mínima fracción del nuevo (¡por fin, algo en Suiza que no es caro!). La mayoría de los libros usados son recientes y cambian a menudo. Hay una rotación diaria, según me explicó una librera de Caritas, la librería que más frecuento y que está en mi barrio, a unas cuadras de distancia de casa. Además de libros en francés, en Caritas encuentro libros en inglés, en español, en italiano, en alemán. Todas estas librerías me han permitido seguir alimentando mi biblioteca personal.

Hace poco descubrí la maravillosa y surtidísima La Trocante, que todavíano he podido explorar a mi antojo y mi amiga Liz me hizo descubrir en París, Silly Melody, otra librería excelente en pleno Quartier Latin, con títulos y precios sin igual.
Me gustan las librerías de segunda mano, me entusiasma que la cultura circule y se recicle, que llegue a manos de todos. En esta época de Kindles y demás artilugios de lectura electrónicos que amenazan con acabar con el libro impreso en papel (en otro post ya escribiré sobre este tema que me inquieta), iré haciendo mi acopio de libros en Caritas, La Trocante y en las demás librerías de segunda mano de mi ciudad.
 

Caritas- libros de segunda mano (excelente colección), 
47 rue de Carouge. Genève. 
Librairie La Trocante, 15 bis rue des Gares, Genève 1201

domingo, 9 de agosto de 2009

Joan Baez en Montreux 07.07.08

El verano pasado realicé un un antiguo sueño, uno de mis deseos de toda la vida −que alguna vez pensé que nunca se realizaría−: asistí a un concierto de Joan Baez.
Joan Baez es una artista a quien admiro profundamente porque desde el inicio de su carrera en la música folk, en el Nueva York de los años 60, puso su voz privilegiada al servicio de aquellos que nadie escucha: los pobres, los marginados, las víctimas de la guerra, del analfabetismo o de tantas otras opresiones.
Pensé en los años que había esperado escucharla. Apenas podía creer que ahí estaba, a sus sesenta y tantos años, ya sin esa voz angélica con la que durante décadas cantó a la no violencia y denunció las injusticias, el racismo y las desigualdades en el mundo, pero con una presencia que transmite empatía y calidez.
Si bien con los años su maravillosa voz ha perdido potencia, ahora es más íntima, cálida, y quizá por eso me resultó más conmovedora. A lo largo de su carrera, Joan nos ha dado canciones que invitan a la reflexión como Be not too hard , en la que nos advierte contra nuestra tendencia a juzgar duramente a los demás, pues nuestro paso por el mundo es breve –dice la autora- y a menudo no nos vamos de él más sabios de los que éramos al llegar.
Esa noche inolvidable del concierto me invadió la nostalgia de una época perdida para siempre que ni siquiera viví. También me invadieron los recuerdos de mi propia vida, de noches lejanas en las que, escuchando las canciones de Joan, tenía la certeza −como todos a los veinte años− de que la música, la literatura y el arte tienen el poder de transformar el mundo.
Ver en vivo, por fin, a Joan Baez fue como acudir a una cita que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo. Fue recuperar algo de mí misma que había olvidado y que recibí como un regalo. Gracias a la vida fue la última canción de la noche. 

Gracias a ti, Joan, por la inspiración que tus canciones me han dado.
 

Foto : Crook Stewart tomada del sitio The Joan Baez Pages www.joanbaez.com

sábado, 1 de agosto de 2009

Fête nationale

No hay héroes que dieron independencia al país ni grito presidencial con bandera. 
Lo que se conmemora es que el primero de agosto de 1291, tres cantones: Uri, Schwytz -que dio origen al nombre de "Suiza"- y Unterwald firmaron un pacto con el que se juraban ayuda y asistencia mutua en caso de actos hostiles del exterior hacia cualquiera de los tres. Así nació la Confederación Helvética, como se llama oficialmente Suiza. A través de los siglos, a los cantones originales se unieron otros más; el último sería Ginebra, en 1815 (¡más de 500 años después!). Ginebra, hasta antes de su entrada en la Confederación, era una república independiente.
 
Hoy en la tarde, Dom y yo fuimos al Parc des Bastions, un parque próximo a la universidad, en el que se organizó la celebración (¡ni de lejos tan animada como el grito de independencia en México!):aún así, el ambiente estaba muy agradable, había un grupo tradicional suizo que en lugar de las canciones tradicionales estaba tocando jazz, muy original.
 
Magnífica tarde de verano. Temperatura agradable, ¡no hacía mucho calor! Luces de colores adornaban las copas de los árboles. Familias, amigos que compartían una botella de vino. La "fanfare" tocaba "What a wonderful world". Olía a verano y a salchichas asadas. ¿Vino "rosé" o blanco? Cerveza muy fría y con espuma, como les gusta aquí. Alegría estival. Palabras en francés, italiano, alemán, portugués, español y turco... ¡estamos en Ginebra!
Al anochecer, fuegos artificiales. ¡Qué ganas de que el verano durara para siempre!

1ro de agosto

¿Por qué empezar este blog precisamente hoy, primero de agosto?

Quizá porque el primero de agosto es el día de la fiesta nacional de Suiza, el país en el que he vivido durante los últimos seis años
. Quizá también porque el primero de agosto de 2002, Dom regresó a Ginebra -su ciudad natal-, después de haber vivido en México toda la década de los 90 y un poco del nuevo milenio (en el que nos conocimos). Yo llegué a Suiza un año más tarde (como quizá recuerden quienes me acompañaron durante esos 12 largos meses de espera), también en el mes de agosto, en 2003.
Agosto simboliza el gran cambio que se produjo en nuestras vidas. En ese tiempo no sabía a ciencia cierta lo que implicaba cambiar de país y de cultura, sobre todo lo que significaba perder de vista a personas muy queridas que formaban parte de mi vida diaria. El objetivo de este blog es tender un puente entre mi vida de "antes" y "después"; compartir un poco de mi vida aquí con personas queridas (familia y amigos) que están allá; contarles sobre esta ciudad, sobre este país, sobre mí: lo que hago, con qué sueño, la que soy ahora. Espero que este blog nos permita reconectarnos y reanudar el diálogo interrumpido por la ausencia.