martes, 27 de octubre de 2009

Por fin, el otoño



Tardó en llegar este año –la temperatura fue estival hasta hace unas semanas-, pero desde hace unos días, ya no se puede salir a la calle sin ponerse algo abrigador. Por fin se siente en el rostro ese viento que para mí ya es frío y que en Ginebra, se considera “fresco” (como casi todo, es según el cristal con que se mire). Sobre todo, por fin las hojas de los árboles se han vuelto anaranjadas, amarillas, rojas, como si se encendieran antes de desprenderse y caer. Desde que vivo en esta parte del globo me siento fascinada por las estaciones, que cambian y marcan el paso del tiempo. Una se siente parte de ese mismo cambio, imperceptible y cotidiano. El otoño me produce una alegría inexplicable, como la que sentimos cuando niños ante algo maravilloso que experimentamos por primera vez.

En otoño, el ángulo de la luz cambia y en ciertos momentos del día, una luz dorada como miel baña la ciudad, como en aquel famoso verso de Leonard Cohen: "y el sol se derrama como miel sobre nuestra señora del puerto...". Mis días de otoño preferidos son los de cielo azul, viento frío y sol a raudales, que sin embargo, casi no calienta. En días así, como hoy, qué agradable es salir de casa y recibir la primera bocanada de aire vigorizante, caminar haciendo crujir las hojas secas. Mientras camino y percibo esos colores tan vivos, me llena una sensación de posibilidad, como si algo se revelara por primera vez; todo es posible porque el mundo se renueva y nunca es el mismo, pienso, y me dejo invadir por el optimismo. Me parece increíble cómo el buen tiempo puede ponernos en un estado de ánimo tan receptivo.

Desde hace un par de años trato de registrar en la memoria y por escrito los pequeños detalles de cada estación. El otoño ha vuelto y con él, las actividades de la temporada, como caminar en los parques y recoger hojas secas, cocinar diferentes tipos champiñones o visitar viñedos de la región para compar algunas botellas de vino (sobre esto hablaré más extensamente en próximas entregas).

Tengo que salir; en camino, me detendré a dibujar y a tomar algunas fotos.

sábado, 17 de octubre de 2009

Viernes 23:59


Lo terrible no es que estos días las traducciones por entregar (tanto las remuneradas como aquellas para mis diferentes cursos del MA) y otras tareas de la vida diaria sean tantas que ocupen todo mi tiempo. Ni que las semanas parezcan sucederse con tal rapidez que se vayan en ciclos de “es lunes; llegó el viernes" que apenas veo pasar. Lo frustrante es que al cumplir con exigencias profesionales y académicas (que me gustan, no crea el lector lo contrario), descuido este espacio de escritura que me he prometido mantener al día y que disfruto enormemente. No he escrito ni acerca de una de las novelas que más me han gustado últimamente (What I loved, de Siri Hustvedt), ni sobre el excelente CD de un artista francés que recién descubrí; Allain Leprest. No he escrito tampoco que el otoño llegó, por fin, con cielo azul, luz ámbar y viento frío. Ya lo haré más tarde, me digo. Los días pasan, inexorables, llevándonos con ellos. Esta noche hago una pausa; robo unos momentos al sueño para teclear estas cuantas lineas mientras escucho Nu, de Leprest (que por momentos me recuerda a Tom Waites). El apartamento está en calma; Dom duerme; todo es silencio… y ya es sábado.