jueves, 29 de julio de 2010

París





Barrio Latino
cafés, parques, terrazas
-nuevos amigos.




Frescor matinal
verdor de hojas de estío
-sentirse vivo.

Champs Elysées-el mundo entero
transita aquí

Metro Belleville
-mil aromas de oriente
llenan el aire.





martes, 6 de julio de 2010

Simplificarse la vida

l'art de la simplicitéHe estado leyendo L’art de la simplicité (publicado en español como El arte de simplificar la vida), de Dominique Loreau, escritora francesa que reside en Japón desde hace años y autora de varios libros sobre cómo aplicar la filosofía zen a nuestra vida occidental. Transcribo algunas de sus recomendaciones:
-No aceptar lo que no queremos (sean objetos, invitaciones, solicitudes, etc.)
-No sentirse culpable de dar de tirar algo.
-Imaginar que hay un incendio en nuestra casa y hacer la lista de los objetos que volveríamos a adquirir.
-Hacer la lista de aquellos que no volveríamos a adquirir.
-Tomar fotos de los objetos queridos que nunca utilizamos y deshacernos de ellos.
-Deshacerse de lo todo lo que no se ha usado una sola vez en un año.
-Pensar que “menos es más”.
-Hacer la diferencia entre necesidades y deseos.
-Probar cuánto tiempo podemos “sobrevivir” sin un objeto que creíamos indispensable.
-No comprar impulsivamente. Reflexionar antes de adquirir algo.
-Eliminar tantas cosas materiales como sea posible.
-Eliminar todo lo que no nos haga sentir bien (o que haya dejado de hacernos sentir bien).
-Saber que nada es irremplazable.
-Preguntarse siempre: ¿para qué guardo esto?
-Evitar comparar objetos voluminosos o complicados que suponen un lastre en energía y tiempo.
-Pensar que el cambio es lo que mantiene viva nuestra casa

L’art de la simplicité Dominique Loreau 2005, Ed. Marabout
El arte de simplificar la vida. Dominique Loreau, 2006, Ed. Mundo Urano


lunes, 5 de julio de 2010

Objetos, objetos y más objetos

                                                    © Rawpixel - Fotolia.com
Ir de compras no ha sido nunca mi actividad favorita per se, o por lo menos, no a menudo. Disfruto ir de compras cuando estoy de viaje y, desde que vivo aquí, dos veces al año: durante las rebajas.
Las cavilaciones siguientes me llegan después de haber caído también –inútil negarlo- en esa especie de euforia compradora que llega con las temporada de rebajas, que en Suiza se realizan a fines de junio-principios de julio y en enero, y que ofrecen descuentos sumamente atractivos (del 50% y hasta un 70%), que no puede uno perderse por nada del mundo si quiere renovar el guardarropa o comprar enseres para la casa que durante las rebajas se consiguen por la mitad de lo que cuestan el resto del año. Por supuesto, las rebajas son fuente de infinitas tentaciones, pues conciernen también a las nuevas tecnologías: esos aparatos cada vez más sofisticados con los que vivimos soñando, esos intrusos de nuestra vida de los que ya pocos sabemos prescindir. Consumimos, compramos, adquirimos y acumulamos cantidades de objetos que con el tiempo se vuelven estorbosos o caen en el olvido al ser reemplazados por otros.
En contraste, qué increíble resulta imaginar que las posesiones de algunos monjes budistas se reducen a un tazón, a un par de palitos de madera con que comer, y la ropa puesta; es decir, a aquellos objetos verdaderamente necesarios para vivir cotidianamente.
Sin llegar a tales extremos, creo que a nuestras sociedades basadas en el consumo nos haría bien un poco de esa frugalidad. Este verano, Dom y yo nos hemos decidido deshacernos de los objetos que no hemos utilizado en los últimos dos años y que invaden nuestro desván. Si no los hemos necesitado durante ese tiempo, quiere decir que no nos hacen falta y podemos prescindir enteramente de ellos. Será difícil, pues ambos tenemos apego a los objetos, pero nos enseñará a adquirir solamente lo que en necesitamos. También es una forma de compartir, pues la ropa que ya no nos ponemos o los libros que ya no releeremos irán del contenedor que hay en la calle, a una institución de beneficencia que les encontrará un mejor uso para alguien más.