martes, 31 de agosto de 2010

Placeres de agosto

Y casi sin darme cuenta llegamos al final del verano y como cada año, siento que no he tenido suficientes días de campo en el parque, que no he paseado bastante a la orilla del lago y que no he bebido suficiente té helado. Lo curioso es que sí, sí he hecho todo eso; pero quisiera más. Quisiera que los despreocupados días estivales se prolongaran, que los días siguieran siendo largos, que siguiera habiendo fresas, frambuesas y tantas otras frutillas de esta temporada, que siguiera brillando el sol y el cielo siguiera azul y despejado.
Al ver el pronóstico del tiempo para los próximos días (20°C, lluvia y nubarrones en vez de los 30° con sol radiante de semanas pasadas), me pregunto si el encanto del verano, como el de las demás estaciones, no radica precisamente en su carácter efímero y transitorio. Me apresuro a publicar este post, pues en unos minutos, septiembre hará su entrada y con él, regresaremos a las actividades cotidianas, que por un par de meses nos permitieron hacer una pausa.

domingo, 15 de agosto de 2010

Este blog cumple un año

                                                      © villorejo - Fotolia.com
Hace dos semanas, esta bitácora cumplió un año. A lo largo de los últimos doce meses, he podido registrar en ella algo de lo que vivo y de lo que observo: recordatorios de cosas que se van añadiendo a los días y que forman la trama de mi vida. 

Escribir para una misma, sí, pero también para otros, pues es mucho más interesante que lo personal vaya más allá de la anécdota y logre resonar en otra sensibilidad. ¡Qué lujo es, para quienquiera que escribe, tener lectores! Este blog existe y se mantiene gracias a ustedes, lectores asiduos u ocasionales que, desde varios lugares del planeta, se detienen en sus páginas y dedican tiempo valioso a leerlas y a veces, a dejarme comentarios. Es un auténtico regalo.
Escribir en este espacio se ha vuelto para mí un ritual reconfortante. A menudo, en medio de un día ocupado, en la biblioteca, en el supermercado, en el tranvía o mientras camino hacia a algún lugar, pienso en cosas sobre las que me gustaría escribir. Otras veces, es tan solo en el momento de sentarme frente a la computadora, cuando surge el tema. Muchas veces, si tengo montones de cosas que hacer, saborear con anticipación el momento en que, con una taza de té al lado y música acorde con mi ánimo del momento, podré al fin sentarme a redactar una entrada, basta para ponerme de buen humor.
Cuando estoy de viaje y voluntariamente sin acceso a internet (al viajar me conecto a internet lo menos posible, pues de lo contrario siento que el tiempo pasado en la red, por mínimo que sea, me roba ya algo del aquí y ahora que supone estar en otro lugar), anoto en mi libreta todo sobre lo que escribiré más tarde.

Este blog es una huella de los momentos efímeros que muy pronto se convierten en pasado, pero que gracias a la tecnología quedan archivado en un lugar del ciberespacio. ¡Cómo se habrían alegrado muchos autores de diarios de otras épocas si hubieran podido hacer perdurar así sus escritos!

jueves, 12 de agosto de 2010

Momentos robados

restaurant julien terrasse

París. Puente Louis-Philippe. Después de una mañana de pasear o, mas bien, de “flâner” (verbo francés que significa pasear sin prisa y sin objetivo determinado) cerca de Notre-Dame, nuestros pasos nos llevan hacia el Marais, un barrio que nos gusta por ser tan diverso. Antes de adentrarnos en sus calles, en las que conviven varias comunidades -por ejemplo, la judía ortodoxa y más recientemente, la comunidad homosexual- y justo al final del puente Louis-Philippe, vemos un restaurante encantador en una callecita casi cerrada y con pocos transeúntes. En el interior, el restaurante es una mezcla de tradición y modernidad, decorado en rojo y negro, madera, grandes ventanales. Sobrio, resplandeciente. Sin embargo, Dom y yo sucumbimos al encanto de su terraza, característicamente parisina. Nos instalamos. El mesero, muy atento, nos trae la carta, que contiene excelentes ejemplos de la cocina francesa: coq-au-vin, canard à l’orange, bœuf bourgignon, entrecôte parisien, precedidos de excelentes ensaladas. Ensalada verde y entrecôte para los dos. Pero antes, como aperitivo, Chablis muy frío. El mesero trae la botella de vino, la abre, Dom lo degusta, asiente, y después de llenar nuestras copas, para mantener frío el vino, el mesero pone la botella en un recipiente de metal lleno de hielo que fija en el borde de nuestra mesa. El vino está delicioso, afrutado, como si en él se concentrara el sabor del verano. Hablamos de muchas cosas; de los libros que encontré en Shakeaspeare and Company, del museo subterráneo que Dom descubrió bajo Notre-Dame, mientras yo pasaba horas en la librería; de lo que hemos visto en los últimos días; de nuestros proyectos para el futuro. Sorbo a sorbo, nos terminamos la botella de Chablis y llegan nuestros platos… y dos grandes copas de vino, tinto esta vez. Todo está delicioso. Sencillo y delicioso. Para el postre, para mí, fondant au chocolat, para Dom, tarta de limón. Para cerrar con broche de oro, Dom pide champaña para los dos. Sin darnos apenas cuenta, han pasado casi tres horas. Definitivamente, hoy es una de esas ocasiones especiales que no se planean, sino que surgen, uno de esos momentos robados a la vida cotidiana, que después de años se recuerdan aún. Las miradas cómplices entre dos personas que se aman, la conversación, la agradable sensación de embriaguez que agudiza los sentidos, los colores, la felicidad. Último bocado de fondant au chocolat, últimas gotas de champaña. Más tarde, caminando por el Marais, nos sentimos aún embriagados de vino y de felicidad. ¡Qué bien hace permitirse una locura de vez en cuando!

restaurant julien interieur

Chez Julien, 1, Rue Pont Louis Philippe, 75004 París