sábado, 25 de febrero de 2012

Ésta es Ginebra



Lista no exhaustiva de lo que significa vivir en Ginebra:

Vivir en una ciudad multicultural en donde el 40% de los habitantes son extranjeros. 

  • Subirse al tranvía y oír conversaciones en: francés, italiano, alemán, español, inglés, turco, ruso, árabe, portugués, entre muchos otros, como si fuera lo más normal del mundo.
  • Como corolario de lo anterior, tener la suerte de conocer personas de orígenes muy diversos. Además de suizos, tenemos amigos latinoamoericanos, españoles, kurdos, argelinos, chinos, italianos, indios, búlgaros, estadounidenses, británicos, etc.
  • En Ginebra hay restaurantes afganos, peruanos, mexicanos, argentinos, eritrianos (debo confesar que nunca oí hablar de esta nacionalidad hasta que vine a vivir aquí), turcos, tailandeses, vietnamitas, marroquíes, australianos y un largo etcétera.
  • Aprender a desarrollar sensibilidad intercultural y mostrarse abierto para poder interactuar con gente de cultura a veces radicalmente diferente a la de uno.
  • Que los domingos las tiendas estén cerradas, pues cada vez se ha sometido la cuestión a votación por referéndum, el pueblo siempre se ha querido que el domingo sea un día para descasar tanto del trabajo como del consumo.
  • Mostrar consideración hacia los demás y no hacer ruido antes de las 8 de la mañana ni después de las 10 de la noche.
  • Vivir rodeada de agua: un lago y dos ríos.
  • Pagar el alquiler más caro del mundo (creo que sólo superado por Tokio).
  • Poder llevarse a casa –alquilado- un piano o el cuadro del que nos enamoramos en una galeria.
  • Desayunar temprano, comer entre las 12 y las 2 de la tarde y cenar entre las 7 y las 8 de la noche.
  • Comprar libros de segunda mano por poquísimo dinero, actuales y en muy buen estado gracias a Caritas y a Emmaus, asociaciones caritativas sumamente activas en toda Suiza.
  • Esperar la primavera y los primeros rayos de sol con impaciencia, tras los largos inviernos (sobre todo el de este año, tardío, pero gélido).
  • Saber que coexisten una población arraigada en la ciudad y una población flotante, de paso, funcionarios de alguna de las muchas organizaciones internacionales que tienen sede aquí. Ambas poblaciones llevan existencias paralelas, sin conocerse. 
  • Vivir en una ciudad en donde las mascotas (perros y gatos) son consideradas ciudadanos de primera clase que entran con su dueño a tiendas y restaurantes y que pagan medio boleto en el tren y en los transportes públicos.
  • Acostumbrarse al hecho de que la carne de caballo se considere de lo más normal y haya carnicerías especiales llamadas “Chevaline” (cheval, en francés, significa caballo). Nunca he podido comer esta carne por razones éticas (y culturales: en México no comemos caballo, pero sí res, pollo, cerdo); lo que me parece raro es que los suizos consideran escandaloso que los chinos coman perro. 
  • Que en los supermercados no existan los tamaños "familiares" de productos, sino que, por el contrario, que muchos artículos estén concebidos para una sola persona.
Vista de la ciudad y del Lago Leman.